Mi piel sigue haciendo el tonto, así que pido una cita en mi centro de salud para ver si alguien puede decirme qué le pasa. Más o menos al mismo tiempo, lanzamos la convocatoria para participar en Poetry Slash, el recital de literatura computacional (y tal) que se celebra dentro de Libros Mutantes.

Como en ediciones anteriores (y como no podía ser de otra forma) me entra el agobio pensando en que nadie se apuntará y que tendremos que cancelar, con el descrédito que eso supondrá para mi carrera y mi vida. ¡Tendré que cambiar de nombre, operarme la cara y mudarme a un país exótico con símbolos raros sobre las vocales! En la parte positiva, al menos me darán cita rápida con el dermatólogo.

Dramas aparte, si eres una persona creativa interesada en la experimentación con el lenguaje, o si tienes proyectos donde la tecnología y el lenguaje interseccionan y se dan besitos, te animo a que entres en la web y te apuntes como participante.

Y si intuyes que es algo que te podría molar, pero no entiendes del todo bien de qué va todo esto, estaré encantado de contarte más cosas por vía telemática, telepática o telefónica.

Preocupación y preparativos poéticos. Me quedo en casa y le doy muchas vueltas al por qué y al como de mi falta de enfoque (actual e histórico). Pintarraejo un plan para ponerle remedio y me quedo más tranquilo. Luego reservo en Thai Dinner para comer el martes con Manu.

Tarde de aventuras con Channing en Red Hook. Primero nos tomamos un café y nos ponemos al día, luego vamos a ver una exposición en el recién reinaugurado Pioneer Works, y terminamos comiendo en Red Hook Lobster Pound, un sitio cuyo branding incluye una furgoneta remolcando a una langosta gigante (¿o quizá sea una furgoneta diminuta tirando de una langosta normal y corriente?). Como nos da pena verlas remojándose alegremente en la entrada, en lugar de langosta pedimos sándwich de cangrejo (no hay ninguno a la vista y suponemos que los del menú han muerto, pobrecitos, de causas naturales).

Al principio de la semana hago Cmd+Tab y me meto en un taller de escritura donde, como en The Whale, el instructor se esconde tras un rectángulo opaco, y donde, a diferencia de The Whale, no presento ningún trabajo escolar sobre Moby Dick que luego el profesor insiste machaconamente en que le lean. Tampoco entrego un texto «jodidamente honesto» ni nada parecido, si no mil quinientas palabras, repartidas en cómodos fascículos e hilvanadas con aprensión y nocturnidad, que posteriormente son recibidas con interés moderado tirando a bajo (lo cual naturalmente me desinfla y me lanza a un estado de malestar general del que apenas estoy saliendo ahora; algo por otro lado muy similar a lo que sentí durante la proyección de la estúpida peli de Aronofsky).

Semana agridulce y confusa pero también bonita en la que me ofrecieron volver a organizar Poetry Slash (manténganse a la escucha), recibí dos malas noticias de amigas cercanas, fui al Pony y al Fismuler con Erica, vi The Whale con ella, Yago y Anna («people are amazing», la peli todo lo contrario), me levanté súper pronto para ir al dentista (algo supuestamente divertido que nunca etc.), cociné un bizcocho que me acompañó en los mejores momentos, vi Touchez Pas au Grisbi (mal) y Undine (peor), y pasé un día estupendo deambulando con Erica por Vilassar de Mar y Premià (también de Mar) planeando la construcción del parque temático más grande del mundo dedicado a las principales emociones humanas: el terror, el amor, la confusión, y las ganas de ir al baño (entre otras). Las únicas fotos decentes que hice fueron en sueños.