De vuelta en Barcelona después de una semana en Francia entrando y saliendo (y a veces durmiendo) en edificios de Le Corbusier con M. Hice muchas fotos, publiqué algunas, me bañé en el mar en dos ocasiones, vi dos expos (una de Olimpia Zagnoli por pura chiripa, otra de Victor Vasareli, por los pelos), intenté comprarle «Cantatrix sopranica» al dueño del sitio donde nos alojamos en Marsella (ciudad que me horrorizó por su insalubre tráfico y su desdén patológico por las normas de circulación); me sentí regular, mal, muy relajado, otra vez regular; me acordé de que en todas mis vacaciones se repite la misma cantinela y me obsesiono con las cuestiones de cómo debería ser y cómo no debería ser y qué debería hacer y qué no debería hacer y es un palo porque así no hay forma de disfrutar de nada, pero es lo que hay.